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El pueblo puede matar

El pueblo puede matar

Acerca de la Educación ética para la ciudadanía me encuentro, entre otras flores, que al parecer


El obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, [...] advirtió de que la voluntad de la mayoría puede traer como consecuencia ‘barbaridades’ como las que se cometieron durante la Revolución Francesa y añadió que el ejercicio del poder soberano del Estado puede derivar en Auschwitz o Hiroshima.

o eso dicen que dijo. A nosotros esto se nos antoja tan demagógico como sugerir, por ejemplo, que la voluntad de una jerarquía religiosa o de un sector de la población con escasa conciencia cívica puede traer como consecuencia barbaridades como las cometidas por la Santa Inquisición, y que el ejercicio del poder bendecido por la Iglesia puede derivar en dictaduras asesinas como la franquista.

Y es que insinuar vínculos, o ligar causas y efectos de manera irremediable negando la capacidad meramente humana de decidir cada uno de nuestros actos e intervenir en nuestros inexistentes destinos, es una de las esencias de la demagogia. Un verdadero demagogo, para no pillarse los dedos, nunca diría algo así como "la democracia lleva a la degeneración", sino que elegantemente lo insinúa con un "la democracia puede matar", y se queda tan ancho, pues suena tan científico como una advertencia en un paquete de cigarrillos. Claro que puede, todo puede. La falta de democracia, también. Las advertencias altisonantes de este tipo nos parecen un poco inútiles.

3 comentarios

di Lampedusa -

Otro recorte reciente en la misma onda:

«Guardaos de los falsos profetas» (Mateo, 7, 15)

De lo que dice la carta pastoral de 23-11-2006 -«Toda política que pretende emanciparse del reconocimiento del orden moral objetivo degenera sin remedio en dictadura, discriminación y desorden»- no hay pruebas fehacientes. Lo que sí está probado, en cambio, es lo que sucede cuando la Iglesia decide salvarnos mediante una alianza con los poderes no democráticos. Porque en este caso sí sabemos que se acaba bendiciendo la represión, el asesinato y la muerte, como sucedió en la España de Franco, o en las dictaduras de Pinochet y Videla, que hicieron desaparecer a más de cien mil cristianos al servicio de ese «orden moral objetivo» que tanto le gusta a Martínez Camino.

Las democracias de verdad, las que se hacen con votos y no con versículos bíblicos, jamás justificaron un asesinato. Pero las alianzas de la Iglesia con los dictadores, tan cercanas en nuestra historia, cuentan sus crímenes por miles, además de servir de cobertura para la corrupción y la injusticia permanentes.

La Iglesia que firmó los concordatos con Hitler, Mussolini y Franco, y que mantuvo sus capellanes en las cárceles del horror y en los campos de exterminio, se escandaliza ahora porque el Gobierno trate de negociar la paz con ETA. La Iglesia que no es capaz de condenar la pena de muerte, que la mantiene en su catecismo oficial, y que salva la cara pidiendo que no se aplique donde ya no se aplica, pero que jamás denuncia el atroz escenario penal norteamericano, nos viene ahora con la monserga indecente del «orden moral objetivo». La Iglesia española, que se mantuvo asquerosamente callada durante la guerra de Irak (150.000 muertos), y que no hizo un solo comentario cuando Ana de Palacio se vanagloriaba de que «ayer empezó la guerra y hoy bajó el petróleo», está atribulada porque existe la asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Martínez Camino, que comparó la conferencia episcopal con un parlamento, sin darle importancia a que los diputados representan a los ciudadanos mientras ellos se cooptan y reproducen en sus privilegios, nos quiere convencer de que los obispos saben de qué va y pueden orientar el voto de unos cristianos que, además de ser libres, sabemos leer y escribir.

Claro que Dios aprieta pero no ahoga. Y, si bien es cierto que a nosotros nos carga con la pesada cruz de nuestros obispos, a ellos los castiga con el viejo principio de «predica meu frade, que por un oído me entra e polo outro me sae». Porque las posiciones morales de la Iglesia no se defienden diciendo gilipolleces y con votos cautivos. Y porque no es consuelo pequeño que, cuando uno siente irrefrenables ganas de insultar, lo pueda hacer -«¡sepulcros blanqueados!»- con las palabras de Dios.

http://www.lavozdegalicia.es/opinion/2008/02/02/0003_6533407.htm

recorte -

Los españoles nacidos entre los años cuarenta y sesenta hemos hecho nuestras carreras con una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional, cuyo objetivo era insuflar en nosotros ideas autoritarias, y una teoría del Estado basada en la confesionalidad católica y la confusión entre la vida temporal y la espiritual. Y, al menos que yo recuerde, ningún obispo denunció entonces que el Estado invadía los ámbitos de la conciencia personal y adoctrinaba a sus súbditos en el miedo y el odio a la libertad.

Ahora, sin embargo, cuando se habla de democracia y responsabilidad, aparece el cardenal Cañizares y dice que el Estado se propasa, y que hay que hacer objeción de conciencia contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y digo yo que esa objeción debe estar referida a la conciencia del cardenal primado, es decir alienada en él, porque mi conciencia -que tiene la misma calidad e imperativo moral que la de Cañizares, y comparte con él fe e Iglesia-, en modo alguno me pide que invoque el nombre de Dios en vano y gaste mi tiempo en batallitas de tercer nivel.

En el país del nacionalcatolicismo y de la Cope, donde la asignatura de Educación para la Ciudadanía reúne más condenas que la guerra, el hambre, la desigualdad, las dictaduras y los genocidios de Argentina y Chile juntos, resulta cada vez más difícil explicar a qué se dedica la Iglesia, y qué hacemos algunos -cada vez menos- confesando nuestra pertenencia a ella y nuestra decisión de defenderla por sus virtudes fundacionales y no por la realidad que traslucen sus torpes jerarquías.

También se le olvida a los obispos lo relativas que son las cosas de los hombres. Porque, a poco que evaluasen los magros frutos que ellos obtuvieron de su largo dominio sobre la educación y las conciencias, seguramente le darían la misma importancia que yo le otorgo a esa moralina laica inspirada por un «grupillo de intelectuales» -Cañizares díxit- personalizados en Peces Barba y Dionisio Llamazares. No puedo creer que al arzobispo de Toledo jamás se le haya ocurrido pensar en lo poco que le han servido a España y a su Iglesia nacional los mencionados controles, o en cuál será la causa de que aquellos mismos españoles que llenábamos antaño los colegios de curas y monjas seamos ahora los protagonistas de esta sociedad hedonista, laica y pecadenta que tanto disgusta a los obispos.

Así que, si usted es católico, no se deje intimidar por ningún inquisidor. Y, en vez de pelear contra la asignatura de Peces Barba, objete contra la guerra, el hambre, los pinochetes y videlas, y las desigualdades. Porque de poner la asignatura en su sitio ya se encargarán, como siempre, los alumnos y el tiempo.

XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS
http://www.lavozdegalicia.es/se_opinion/noticia.jsp?TEXTO=5934541&CAT=130

caesar -

A lo mejor lo que pasa (este choque contra la postura demagógica y engreída de los obispos españoles y sus acólitos) es en realidad una manifestación de una diferencia de visión a la manera de lo que se sugiere en este artículo:

The Next Culture War
By DAVID BROOKS
Int. Herald Tribune, June 13, 2007
http://greenpagan.blogspot.com/2007/06/next-culture-war.html